sábado, 4 de abril de 2009

Abuelas vs. Alquimia

El primer plato que aprendí a hacer fueron los canelones. Aprendí "pronto", a los doce o trece años porque mi madre que era quién los hacía en casa no los solía hacer muy a menudo. Lo más difícil de los canelones, aparte del tiempo, algo de lo que hay multitud a esa edad, es que te salga bien la bechamel.

Yo me basaba en la receta de una enciclopedia de cocina cuyo tomo destrocé a base de abrir siempre por la misma página (y ponerle el quilo de harina para que se quedase abierta). Cómo llegué a hacer la bechamel a partir de ahí, no sé si fue por indicación de mi madre o para mirar las proporciones o cómo, pero es algo que se esconde en lo más profundo de mis recuerdos. El caso es que yo hacía la bechamel basándome en esa receta. Y me salía razonablemente bien. El proceso era supercomplicado. Tenía que pesar los ingredientes en un peso de cocina de muelle que iba a trompicones, seguir la receta paso a paso, remover, controlar que el fuego no quemase la harina, que la mantequilla no hirviese, controlar que la leche no hirviera para que no se saliese del cazo, cosa que hacía con bastante desparpajo y exageración cuando comenzaba a hervir... Un lío. Requería de toda mi concentración, alquimia pura. Para mí era lo mismo hacer bechamel que convertir el plomo en oro. Un misterio que yo no comprendía salvo los resultados y que exigía de precisión infinita, ¡cuánto odié a esa balanza! (Ahora tengo mi venganza personal al tener una preciosa báscula electrónica con botón de reseteo incluido además de una balanza de muelles arrumbiada al lado para que se muera de envidia!(Esto se llama en psicología transferencia o que uno pague lo que te ha hecho otro, en personas es malo, pero contra objetos no es muy dañino mientras no afecte tu vida personal)

Por aquella época iba a casa de mi abuela a comer casi todos los sábados. Pasaba la mañana con mi tía en la tienda, ayudando y estorbando a partes iguales y luego comíamos con mi abuela. Un día, no recuerdo por qué estaba en la cocina con mi abuela y empezó a hacer bechamel. Creo que incluso me preguntó si yo la quería para algún plato que estaba haciendo. Yo le dije que sí y entonces ella empezó a hacerla, de pronto me dí cuenta de una cosa, ¡ella no miraba ninguna receta! Se la sabrá de memoria, fue mi conclusión. Pero... ¡no pesaba ningún ingrediente!
-Abuela, ¿no pesas nada?¿cómo sabes entonces lo que hay que echar?
-No lo sé.
En ese momento nos miramos y los dos nos parecíamos extraterrestres de universos completamente diferentes. Miles de preguntas asaltaban mi mente: ¿De qué me hablas?¿Cómo coño que no sabes lo que echas y sale bechamel?¿Eres chamán?¿Desde cuando mi abuela domina la alquimia?¿Dónde está mi nave espacial y por qué no recuerdo el viaje?¿Este planeta y/o universo en su conjunto de dónde han salido?
Mi abuela por su parte me miraba raro, supongo que pensaba ¿qué dice este crio sobre la bechamel y una balanza? Hasta que por fin se dio cuenta, me sacó de mi bucle y me explicó como lo hacía. No había magia ni había resuelto los misterios de las catedrales que junto con hablar con los ángles y la vida eterna explicaban detallamente los secretos de la salsa bechamel. Sabía como tenían que ir saliendo las cosas y hasta que no salían más o menos como a ella le parecian echaba una u otra cosa o apretaba más o menos el fuego, etc...
Aprendí muchas cosas, que mi abuela seguramente era capaz de conseguir hacer un golem o cualquier otro secreto alquimista, los secretos de la salsa bechamel, que como una abuela no cocina nadie, y que hay muchas formas de hacer las cosas y aunque la tuya funcione, no deja de ser una forma que no es, ni más o menos correcta, ni más menos eficiente...
(¡Uohhhh! ¿Y pa esto tanto?)

1 comentario:

Falele dijo...

¿Te cuento yo una historia sobre tus canelones? jejejejeje.